Historia del primer robot a leña y/o el origen de la muñeca inflable

Cuando lo encontraron, cuando se dieron cuenta de que era un robot y de que se llamaba Andrés cambió todo. Pero el robot venía de antes, de mucho antes.

Segunda mitad del siglo XVIII norteamericano, en plena revolución industrial, un hombre llamado Andy Droid se encerraba en su taller y se metía a full a desarrollar una máquina que facilitara la producción en masa de los Sweaters que tejía su esposa. Mujer que dedicaba demasiado tiempo a esta tarea reduciendo a cero su actividad sexual.

Andy alterado y entorpecido por la frustración pensó: “si hago algo parecido a ella y pongo a ese algo a hacer lo que está haciendo ella, a ella me la cojo. Si ese algo no funciona… Me cojo el algo.»

Entonces lo tenemos al tal Andy ansioso, torpe y presa de sus necesidades, en el medio de la manufactura de un algo antropomórfico.

El resultado es un carcacho a leña que apenas puede ponerse en pie pero que tiene algo encantador… “No es un algo, tiene algo…Charm” diría Andy sin darse cuenta de qué estaba diciendo. Pero ese algo que tenía algo necesitaba leña y demasiada para funcionar bien. En un invierno crudo y salvaje, un lujo difícil de mantener.

Por cuestiones económicas y, a pesar del propio Droid, el robot Andrés fue comprado por un estanciero mejicano de origen español que había obtenido sus tierras vendiendo a sus hermanos durante la guerra entre México y Estados Unidos: Guillermo de Álzaga y Robot.

Guillermo, ahora rebautizado William Robot, antecedente primigenio de lo que hoy se denomina Will Smith, había cruzado Estados Unidos por miedo y vergüenza, pero aún se daba el lujo de exhibirse como un potentado sureño de visita por la región.

Preocupado por las tendencias esclavistas de su nuevo propietario, Droid le hizo jurar a William que trataría a su invento «con cierto respeto”…“Con cierto respeto” era suficiente para cerrar la venta y dormir tranquilo. William, buscando limpiar su imagen, le dio su palabra. Decisión que además resultaba bastante lógica debido a que el robot era un inútil. Viene bien aclarar que con respecto a su segunda funcionalidad, el hecho de que fuera una caldera con patas sólo servía para que lo que era hot, fuera demasiado hot para la carne humana.

Una vez en Texas, William puso al robot Andrés en venta en una de sus tiendas de electrodomésticos a leña. Idea que jamás figurará en los libros de historia debido a su pobre devenir financiero.

El artilugio (Andrés, el robot) no fue bien visto y sólo algunos espíritus libres lo valoraron. No faltaban los fanáticos religiosos con ansias de quemarlo todo. Pero William mantenía su palabra y tenía ciertas motivaciones publicitarias al respecto. Contrató a algunos mercenarios y otros flacos que andaban por ahí para que le sirvieran de fuerza de choque en caso de conflicto. Aunque quizás fuera por amor a la violencia. Y quizás es para limpiar su nombre de aquél pasado traicionero, esclavista y violento que Will Smith hace películas con su hijo y es negro.

Más allá de las especulaciones, Andrés no se sentía cómodo dónde estaba. No entendía la situación, las palabras, el ruido, las agresiones y había una chica que lo miraba desde una ventana del edificio de en frente. Una chica linda que le daba una idea de que había algo más dando vueltas, algo que él no podía vivir por estar confinado.

William se dio cuenta y un sentimiento paternal nació en él. Le hizo algunas mejoras. Lo volvió más aerodinámico y adaptó su tecnología al último grito de la moda: El vapor. Así que ahora estaríamos hablando del primer y único robot a vapor.

Se mantenía en el frente del local pero su función había cambiado, ya no estaba a la venta. Ahora era un imán para la juventud y eso a William le convenía. Pero era algo colateral, lo importante era la felicidad del robot, que dejara de sentirse como un mero producto, etc., etc… y bueno, ya que está…

Como todo el mundo sabe las picadas se inventaron mucho antes que los autos y fue en una picada de carretas que Mabel, una joven bailarina, sufrió un terrible accidente que la dejó frágil y entre algodones de por vida. Frente al local, Mabel se aburría y buscaba cosas para hacer. Lo único que podía ver desde su ventana era a ese robot que algo le movía. No sabía si era diabólico pero si parecía fruto de un pobre diablo. ¿En qué pensaba ese coso y por qué la miraba? Se sentía sola. Su prometido se llamaba Armando y era un narigón dispuesto a darlo todo por ella. Un narigón fornido que de haber existido cien años más tarde hubiera sido homosexual.

Mabel acariciaba a su gata y le hablaba. Le hablaba porque no había nadie más con quien hablar salvo la criada, y ella no hablaba con criadas. Hablaba con su gata.

-¡Buenos días mascota!- La gata ronroneó. – ¿Sabés qué es esto Mascota?- Mabel le mostró un anillo a la gata. – Si, si… Es el anillo de mamá y ¿Sabes qué voy a hacer con él? Se lo voy a esconder a Chabela cuando venga a retirar el desayuno… y vamos a ver qué pasa, ¿no te parece divertido? – Mascota miró a Mabel como si estuviera a punto de escribirle un telegrama al presidente de los Estados Unidos para informarle sobre la situación. Pero era gata y, en ese momento, las gatas no hacían esas cosas. Ni se les permitía a los gatos enviar telegramas, porque todavía no se habían inventado. Los gatos. Los gatos en el sentido en que los conocemos ahora.

Como no podía ser de otra manera, Mabel percibió de inmediato toda la intención (Si, toda) Y continuó con su monólogo.

-Cambiando de tema… Así que a Armando le gustan tus ojitos… ¿No tendrá algo con Armando usted? – Mabel la zamarreó dulcemente y Mascota respondió al juego rezongando. – Me parece que entre Mascota y Armando pasa algo… Me parece que Mascota no debería meterse en lo que no le incumbe…. Me parece que…- Continuó Mabel hasta desquiciarse y con una violencia inusitada Mascota salió disparada como un mísil atravesando la ventana.*

* Vale destacar que éste sería el primer antecedente de Gato misil norteamericano, Norteamerican Rocket Cat (N.R.C). Más tarde el ejército norteamericano llevaría el novedoso armamento al campo de batalla con resultados funestos en oriente. Son famosos los N.R.C. Incidents en los cuales las costumbres alimenticias de la zona dejaban rápidamente sin municiones a las tropas y a cada unidad militar completamente vulnerable a los ataques aéreos denominados Heavy Animal Rain (H.A.R.) que consistían en arrojar desde una altura considerable tigres, elefantes y/o cualquier otro animal lo suficientemente pesado como para hacerte concha. Allí los orientales darían una clase magistral sobre conocimiento de su propia fauna, posibilidades geográficas y resultadismo puro, como diría en una entrevista histórica el general Hang-Pen: “Sabíamos muy poco sobre ellos, pero sabíamos que nadie sobrevive a un elefante en caída libre. Se trata de un saber milenario concerniente a la naturaleza humana… ¡Recuerdo cuando mi abuelo me lo enseñó y tenía razón! ¡A pesar de todos los avances tecnológicos esa gran verdad no ha cambiado!”.

Apenas se dio cuenta de lo que hizo, Mabel se sintió vacía y triste. En silencio sacó un espejito del cajón y ensayó caras de dolor.

El día después, Armando entró apurado a la habitación. Había sido contratado para custodiar al Robot Andrés y se estaba armando otra revuelta.

-Me enteré de lo de Mascota y tuve que venir a verte. – Le dijo Armando poniéndose de rodillas y tomándole las manos, luego hizo un silencio muy sobreactuado que comprendía drama, empatía, ternura y comprensión homosexual. El silencio se prolongó durante diez segundos y no podemos afirmar que haya sido eficiente porque no estábamos ahí. Lo que si podemos afirmar es que finalmente dijo.-… ¿Cómo estás?

(No sabemos si en ese momento y en ese lugar pero seguramente lo dijo)

-¿Qué te parece? – Mabel odiaba que usara su trabajo como excusa para verla y no le hiciera visitas exclusivas. Sólo para ella. – ¿No tenés algo que hacer?

-Es probable que no vuelva. – Mabel lo miró con furia. – Por eso… cuando juegues al ludo o a las cartas, quiero que me recuerdes, al menos por un segundo. Eso le bastará a mi alma en el más allá. – Mabel no podía creer lo cursi y pelotudo que era Armando. – Mi dulce criatura ya vas a bailar… y vas a ser la mejor.- Le dio un beso en la frente y sentenció, el pelotudo.

Armando se fue dejándole a Mabel una sensación de mierda en el cuerpo. Ella no podía dejar de odiar esa cosa de metal que le robaba la atención de su amante. Esa cosa endiablada, sexy y repugnante que estaba ahí, coqueteándole. Así que cuando Armando volvió sano y salvo, no hubo más tutía. O se robaba al robot de la tienda de electrodomésticos y se batía a duelo por su mano o la relación estaba terminada. Armando no supo qué decir y ante la duda Mabel lo convenció de que el coso se le estaba insinuando con movimientos de cadera extraños y candentes. Dicho sea de paso, estos movimientos eran el único éxito de Andy Droid en lo que se refería a la función erótica de su invento. Armando miró al horizonte, él nunca había querido matar a nadie pero por amor… Por amor o algo así…

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Armando murió por no contemplar una verdad irreductible: No sabía cómo matar a un robot y la carne es más blanda que el metal. Así el Robot Andrés se quedó con la mano de Mabel. Un destino que ninguno de los dos se hubiera imaginado pero que no les parecía mal. Más allá de lo diabólico y lo extraño, una historia los unía.

Ella era propietaria de la novedad del momento y a él la idea de vivir en una mansión en medio del campo le encantaba. En la ciudad tenía demasiados sentimientos encontrados. Un tiempo en el campo no podía hacerle mal.

Pero qué sabía de ella, ella era un misterio. Ella era la libertad, era aquello que se asomaba por una ventana, aquello que lo miraba de lejos. Ahora estaban frente a frente y ¿Qué sabía de ella? ¿Había cruzado alguna palabra? ¿Algo revelador? ¿Qué sabía de la gente en general?¿Qué carajo sabía de la naturaleza humana?¿Podía pensar algo al respecto? ¿Podía hacerlo siendo un robot? ¿Podía hacerlo… en general*?

*Tener en cuenta que cuando decimos en general nos referimos en particular a tener relaciones.

Estaba en la mansión, estaba anocheciendo, afuera había grillos y otras alimañas. Adentro ellos cenaban por primera vez como marido y mujer.

Andrés la veía a Mabel comer y lo veía al tal Armando en trocitos frente a ella y algo en la escena no le parecía correcto. A él, un androide vestido con un traje y corbata, recién casado con una extraña debido a una indescifrable cuestión de honor, eso que veía no le cerraba.

En el silencio de la noche hablaron, compartieron algunas cosas. No todas las que tenían que compartir, no todas las que había por compartir. Ella se sentía lastimada, era el metal. Siempre es el metal. Andrés buscó amortigüarse, hacerse un poco más accesible y pegó en su cuerpo la lana de las ovejas. Resultó abrigado y acertó en un fetichismo particular de Mabel. Y por un tiempo se acostumbraron a estar juntos. A pesar de la familia, a pesar de ellos mismos. Aunque, lamentablemente, no podemos afirmar que hayan sido felices.

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El sol cae poderoso sobre los campos tejanos, el aire hierve. No se puede ver nada sin que se retuerza un poco. El robot Andrés mira las cosas a su alrededor. Adentro, la mansión es fría y oscura, conserva la temperatura de la noche. Los muebles están ahí. Estáticos. Todo en silencio. Andrés concentra su atención en una bandeja de plata y toca una pequeña abolladura que tiene en la cabeza. Recuerda cuando Mabel se la tiró en un acto de violencia repentina. Pero él, nostalgia, no. Es el futuro. No lo sabe, lo siente. Ese es su milagro, entre sus paredes de metal, entre sus complejos sistemas de poleas, sus pequeñas tuercas y diminutos rulemanes, entre toda su ingeniería, toda su materia que tan poco sentido tiene… Darse el lujo de sentir.

Ella había gritado durante horas, al parecer estaba teniendo problemas con sus padres por una cena, no quería ir pero Andrés ya se había puesto el traje y no quería cambiarse. Ella le arrojó la bandeja y luego se ocupó de maquillar la abolladura. Así funcionaba la relación, de forma tácita y continúa, entre violencias y delirios.

Iban en carreta, los agarraron de sorpresa, los acorralaron con un par de caballos y unas escopetas. Apuntaron y Andrés no supo bien qué hacer. Mabel estaba histérica y él no podía contenerla, nunca pudo. Vio como le pegaban un tiro y aprendió a levantar las manos si te apuntan con una escopeta. Tampoco sabía lo que era la muerte. Pero a ella la habían castigado por no hacer algo. Estaba claro. Se llevaron todo. Andrés se quedó sólo con los cadáveres. El del chofer no le importó. No lo conocía. Pero con el de su mujer estuvo jugando un rato. Trató de hacerla hablar. La puso sobre su falda como chirolita, la hizo decir algunas boludeces al aire, rió un poco pero la falta de vida resultaba decepcionante. Dejó el lugar y volvió a su casa.

Hubo funerales y las cosas que pasan cuando la gente se muere. El padre de Mabel nunca lo había querido, quizás por ser un robot, quizás por llamarse Andrés. Pero lo dejó en paz en su mansión porque le recordaba a su hija. En su afán de recordarla, a veces se excedía, a veces lo obligaba a vestirse de mujer y a tener una cena familiar. Andrés lo hacía. Eso pasaba una vez cada dos meses y valía todas las comodidades que le daban. Un día, unas personas de traje lo visitaron y le hablaron de Mabel, de que su espíritu estaba vivo y Andrés paranoiqueó mal. La casa se le hizo horrorosa. Empezó a buscar excusas para estar lejos. Lejos de los espíritus y las cosas del pasado.

Se interesó en la hacienda. Había algo en el movimiento que hacían los caballos en la doma. Algo interesante. Había vida. Pensó que quizás eso le gustaba. Quizás el sol a pesar de recalentarle las chapas, tenía una forma gentil de acomodarlo en el mundo, de ponerlo en su lugar y pensó que había que continuar, que era importante. Que las cosas no podían terminarse con un escopetazo en el pecho, con una acción, con un impulso. Cosas como la muerte eran sólo un escollo, había que encontrarle la vuelta. Si él existía en el mundo, debía haber una forma de encontrarle la vuelta.

Terminó yendo a la iglesia. Si él era el espectro la cosa, pensó, no le parecería tan mal. Le dijeron que debía rezar, que debía… Bueno, no le dijeron que el infierno era un lugar de fuego y castigos, porque se avivaron que no iba a funcionar. Le dijeron que “para seguir vivo más allá de la muerte” debía rezar y punto. Andrés entendió que rezar prolongaba su existencia. Más que suficiente. Iba a misa todos los domingos, a pesar de que muchas veces la gente lo insultaba y terminaba echándolo. Incluso a veces asistía a extraños debates que se generaban alrededor de la desesperación de la iglesia por atraer a los jóvenes. Lo raro era que se hablaba como si él no estuviera ahí. Y se hablaba de él. Se sentía un poco espectro, un poco fantasmal en esos momentos. Pensó que debía ser una forma de prepararlo para el después. El tema del conflicto era que Andrés era fruto del hombre jugando a ser Dios. Imagen y semejanza no es suficiente como para andar creando cosas también. La palabra semejanza debía ser el límite, lo cuál le sirvió a Andrés para descartar esa ridícula idea de producirse en serie y multiplicarse por el mundo.

Andrés visitaba las domas y se quedaba contemplando la furia salvaje e intensa de los caballos. La resistencia. El amor a la libertad. Había que domar algo así. Lamentablemente la máquina de vapor que le daba lo necesario para vivir no reaccionaba bien ante la velocidad de los movimientos. Necesitaba explosiones.

Un amigo fanático de la tecnología había traído un motor cíclico Otto de europa, la gran novedad del momento. Pensaron como implementarlo. Andrés ya sabía que los cambios de tecnología le traían un montón de problemas. Era un cambio de vida pero creía más en ellos que en eso que hacía en la iglesia. No entendía muy bien por qué pero entendía que le garantizaban un movimiento. Un movimiento salvaje. Se sentía furioso, la muerte lo había puesto así. No había nada justo en ella, nada predecible. El quería ser tan intempestivo como ella. Ganarle de mano, no transformarse en una marioneta a un brazo de distancia de la verdad, de las cosas que pasaban. Algo funcional a una realidad que se lo había devorado al punto de dejarlo haciendo cosas sin saber bien porqué las hacía. No quería ser un objeto, no quería estar a merced de una voluntad ajena, divina o terrenal. Entendió que no debía huir de la muerte, sino ir a su  encuentro, enfrentarla. Demostrarle que no se puede matar algo tan vivo.

Andrés miraba el destino a los ojos, y el fuego de su mirada decía, bramaba: “Vos y yo, de ésta no salimos vivos.”… Por las dudas tenía la inmortalidad bajo la manga.

Así Andrés se transformaría en el primer robot a nafta y tendría mucho que ver con la invención del toro mecánico y su comercialización. El asunto le dejaría una cantidad de dinero suficiente para independizarse, dejar de usar vestidos cada tanto y dejar la iglesia también. Pero el tenía fe. Quizás no ESA fe. Pero tenía fe. Bajo la mirada atenta del Destino, no dudaba… simplemente, seguía en pie.

Con el paso de los años se dio cuenta de que la muerte no era su problema. Que a un coso como él no se le hacía fácil morir. Se había equivocado en el desafío, en la idea. No era la suya, sino la de los demás. Vivimos encerrados en ideas ajenas, pensó, arquitecturas, sistemas bancarios, medios de transporte, vivimos rodeados de creaciones, distantes, atemporales, funcionales o no. Al sentir, sólo sentir, sintió esa necesidad, sintió que el mundo a su alrededor se la reclamaba y no pudo pensar, no pensar fuera de sí. Pero tenía el tiempo, todo el tiempo del mundo y esa ferocidad quizás fuera un error. Los años se hacían extensos, llenos de datos relevantes, de cosas que hacer. De decisiones que tomar. Las flores pasaban rápidas, veloces y el aroma despertaba nostalgia en tiempo real.

Y por cosas como esta quizás ahora no se lo vea muy bien con su gorrita de Shell algo de coté, sus abolladuras y su temblequeo, atendiendo un kiosquito en la provincia de San Juan. Consecuencia de pasiones desmedidas y feroces, vitalidad para la que no estaba diseñado y aún así… aún así, en el medio de un caos de movimientos, de calmas y tormentas, piensa, piensa, lo importante es no dejarse ver, que no te vean venir, que no vean cuando te vas…y al final del día, lo que encontraron no fue solo un Robot, lo que encontraron fue una conciencia que le decía a la vida, al destino y a la muerte «Somos vos y yo… de ésta no salimos vivos».

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