La invención del rifle antimosquitos y el decodificador de canillas

La noche oculta peligros. Los sentidos se mantienen atentos, el juego es perverso. A ellos les gusta inquietar desde el aire. Quizás lo disfruten más que el picar. Es un juego previo, una perturbación del espacio personal.

Se levantó y buscó una lapicera. Le quitó el tubo de tinta para usar el barril como cañón. Fragmentos de una mina 4H en pequeñas y equivalentes partes serían las balas. Con una aguja separó unos microgramos de pólvora. Se refugió en un rincón tras un ventilador. Intuyó que la velocidad del disparo no alcanzaría a menguar la distorsión del aire. Esperó a que alguno se posara en un lugar que le permitiera un disparo limpio.

El primer tiro rayó la pared. El mosquito flotó enervante. El segundo tiro le interceptó un cacho de cuerpo en el aire, su vuelo dibujó líneas por el cuarto. Estaba oscuro como para seguirlo. Lo dió por muerto y pensó que quizás un láser sería útil para la cacería. Las gotas de una canilla mal cerrada acentuaban el suspenso. Se quedó dormida sin darse cuenta.

Podía sentir en el aire la repercusión mínima de un aleteo distante. Fragmentos de agua reventaban contra el metal de la bacha de la cocina. Volvió en si. Debía hacer algo. Debía. Pensó. Por la mañana se encontró con un pequeño artilugio entre los dedos: un rifle antimosquitos venido a menos. Su débil composición había cedido a movimientos nocturnos. Pensó en reforzar el diseño y venderlo.

Ya eran como las diez y las bocinas se filtraban por la ventana, la cacofonía diurna  podía estar disfrazando el goteo pero ella sabía que estaba ahí. Fue a la cocina y lo vio cayendo pero sonaba como un murmullo. Abrió la canilla y escuchó algo raro, la cerró, prestó atención y nada. Volvió a abrir y ahí estaba de nuevo, el murmullo devino rumor, afinó el oído, sonaba como una japonesa anunciando algo por un magnetófono. Dejó que el agua corriera para descubrir qué decía, como si conociera alguna lengua oriental, como si entendiera los dialectos, las pronunciaciones, como si existiera la más mínima posibilidad de entender.

Otra maniobra de los japoneses para conquistar el mundo, pensó. Lavó los platos debatiéndose entre opciones y soluciones. Por empezar debía llamar al plomero.

-Y ¿cuál es el problema? – Preguntó el plomero y ella le señaló la canilla.

El plomero se acercó a la bacha, abrió la canilla e inclinó el oído.

-¿Ve?… Es como una japonesa hablando por uno de esos cosos de feria, como haciendo anuncios. ¿Puede ser? – dijo ella tratando darle un matiz realista a la curiosa relación. 

-Mirá, es agua… Aunque si… – Se arrimó como quién escucha a una japonesa a lo lejos – No, no suena bien. – El hombre cerró la canilla y siguió la tubería hasta perderla en la pared.- ¿Sigue por acá?

-Creo que si.

-Podés estar teniendo una pérdida, voy a tener que romper.

-¿Por eso suena así?

-Y si… El tema es que se tendría que escuchar más claro viste. No así- Volvió a abrir la canilla.- Cuando pasan estas cosas por lo general es la cañería. Por eso gotea, le quedan cosas por decir porque no se le entiende. 

El hombre se pasó la tarde rompiendo la pared y cambiando los caños. Para cuando terminó la japonesa se escuchaba con claridad.

Nuestra protagonista salió de su casa feliz habiendo solucionado los problemas de la noche. Dicen que cuando escuchás mucho un idioma el oído se te va acostumbrando. Estaría bueno aprender japonés, aunque tendría que dejar la canilla abierta y eso haría peligrar las reservas acuíferas del mundo. Además los japoneses la llenarían de ideas suyas complicándole la identidá. Decidió dejar la canilla cerrada. Es lo que el Capitán Planeta haría, es lo que ella haría. Se dio cuenta de que había algo mal. Hizo un leve repaso por el universo de superhéroes y se encontró con una Mujer invisible, otra que absorbía poderes de los demás, una tormenta y una telépata bipolar llamada Jean Grey. Todas tenían una connotación negativa. Le pareció una visión obtusa y parcial del mundo y decidió algo mejor: aprovechar el idioma para venderle el rifle antimosquitos a los japoneses. Con el dinero impondría sus propios héroes.